La República Dominicana se adentra cada día más a una crisis de valores que espanta y que nos coloca como una sociedad al margen de la civilización y de la sensibilidad humana.
El pasado fin de semana el país fue impactado por dos hechos que nos hablan claro del fenómeno.
Se trata del intento de asesinato de una productora bananera de Laguna Salada de la Línea Noroeste y el de una mujer que roció con gasolina a una hermana en Sabana de la Mar.
Ambos casos, entre otros, nos revelan hasta dónde está desgarrada la familia dominicana, cuyo común denominador casi siempre es un asunto pecuniario.
El intento de asesinato de la productora bananera de Laguna Salada fue una acción que provino de varios haitianos que han declarado que fueron encomendados por el hijo de ésta, lo cual está en proceso de investigación.
Aunque no se han difundido las razones, pero evidentemente que se trata de un asunto que involucra la mercancía llamada dinero.
En el segundo caso tampoco se ha dado a conocer la razón de semejante violencia por esta mujer en contra de su hermana.
La violencia en la sociedad dominicana toma ribetes muy preocupantes, tanto es así que no tiene frontera en ningún contexto social.
Es un tema que nos dice que la sociedad dominicana ha tomado un derrotero donde la gente ha perdido la racionalidad y la tolerancia.
Mucho más razón tienen los militantes religiosos para sostener y pregonar de que se trata de asuntos bíblicos cuando en realidad el problema estriba en el colapso total del Estado, donde la impunidad se ha constituido en una marca país y donde el mismo sólo impone anti-valores en vez de valores.
Todavía falta mucho por ver en términos de la violencia general que se ha esparcido por todos los rincones del ámbito nacional, incluida la familia.
Este drama proyecta de mala manera a los dominicanos y dominicanas, cuya principal característica fue en alguna época la solidaridad, la reciprocidad, el desprendimiento y el amor tanto filial como hacia el prójimo.
Todo ha cambiado en cuestión de algunas décadas y ha logrado imponerse la ley de la selva y el sálvese quien pueda, aún en los círculos familiares más íntimos y sagrados.