Sólo falta que Donald Trump sea declarado padre de la patria nueva estadounidense, donde se ha pasado de país del primer al tercer mundo.
Ello así, porque a partir de ahora cualquier pelafustán pesa más que las instituciones en una nación donde siempre se creyó que existía una clase para sí, no entre sí, de acuerdo a la sociología política.
Es bochornoso que los Estados Unidos de Norteamérica haya escogido la politiquería a cambio de la institucionalidad.
Porque la absolución de Trump en el Congreso de los Estados Unidos ha sellado la deslegitimación de la mayor potencia del mundo para supervisar a las demás naciones del planeta cuando conspiradores y narcotraficantes permean el Estado.
Con la decisión del Senado de los Estados Unidos se cierra el capítulo de que este país tenga la autoridad ética y moral para cuestionar a otros, de exigir respeto a las democracias.
Porque ahora su padre de la patria nueva, Donald Trump, ha provocado que ella se rija por otros principios que no son los mandatos de la ley, de la ética y la moral.
Es penoso y preocupante que la nación más poderosa del mundo mande un mensaje tan equivocado y que lesiona los principios que deben prevalecer en una sociedad civilizada.
Donald Trump constituye una aberración de lo que se podría llamar el ciudadano ideal o normal de cualquier país donde prevalece el imperio de la ley.
Este personaje es más bien una negación de la convivencia en medio de la diversidad, la igualdad que promueven aquellas sociedades donde la tolerancia juega un papel de primer orden ante la multiplicidad de opiniones, razas y otros detalles que enriquecen la existencia humana.
El caso Trump, que parece tener un profundo componente patológico, aparte de los prejuicios que lo adornan, ha marcado para siempre a los Estados Unidos, ya que se trata de una persona que está llena de resentimientos y dotada de una vocación notablemente delincuencial.
La era Trump ha llenado de pesimismo y de escepticismo a todos los que han observado su comportamiento y el hecho de que haya logrado ponerse por encima de todo el mundo, incluido el Congreso y el sistema de justicia de una nación que muchos la consideraban un ejemplo a seguir, es una razón valedera para que la potencia del norte se vea desde otra perspectiva.
De ahora en adelante cuando se vaya a hablar de los Estados Unidos primero habrá que tomar en cuenta la voluntad y el deseo de algunas personas de la oscuridad como Donald Trump, que parece representar en ese territorio el bien y el mal.