Muchas veces nos asalta la idea de si realmente los dominicanos se pondrán en capacidad de superar la cultura de la corrupción y todos los flagelos que se derivan de este mal desde el nacimiento de la República.
Es una preocupación legítima, pero para ello se requiere de un trabajo arduo, sin tregua, para al cabo de algunos años llevar a la República Dominicana a lo que han sido sólo discursos y es su conversión en una potencia latinoamericana o por lo menos del Caribe.
Nadie duda que el país reúne las condiciones para ser una gran potencia caribeña, pero ello sólo será posible si se extirpa la corrupción generalizada que arropa la nación, que se lleva entre sus garras todo el endeudamiento externo y las recaudaciones fiscales.
Es una plaga que se ha impuesto de tal manera que la mayoría de la gente no ve otra forma de conseguir las cosas que le permita vivir con cierta dignidad, como un techo y su comida como manda la necesidad del cuerpo humano, que no sea a través del mal manejo del patrimonio nacional.
Los partidos políticos han enseñado a la gente que la forma más fácil de acumular fortunas es través del peculado y de otras variantes del fenómeno de la corrupción administrativa e incluso hay teorías que le atribuyen legitimidad a irregularidades como cobrar en el Estado sin trabajar.
De ahí es que se desprende la doble moral y la demagogia de la clase política vernácula, cuyos actores no piensan en otra cosa que la acumulación de fortunas mal habidas.
El dominicano se la pasa con la repetición de los discursos engañosos de los dirigentes de los partidos políticos, los cuales no ven ni oyen cuando están en el gobierno, pero que son los más eficientes y democráticos cuando están en la oposición.
Quién se iba imaginar que los perremeístas tendrían el comportamiento que hoy exhiben desde el control del Estado, sobre todo con proyectos como el Código Penal, entre otros, lo que revela su falta de delicadeza y de moral para hablar de política en el país, pero entonces no se puede digerir que los peledeístas o los leonelístas pontifiquen y sean críticos de cosas que todavía no son peores que las que ellos hicieron desde el poder.
Pero es común escuchar que eso es parte de la democracia, aunque uno no sabe de que bendita democracia hablan, porque ellos son los que han desacreditado este modelo de gobierno.
Mientras la gente no de un ejemplo en el país, la mayoría de los actores de la vida política nacional seguirán con el juego de utilizar la democracia para justificar su descaro y falta de vergüenza.