La República Dominicana es golpeada por una politiquería que lo daña todo, cuyos discursos de los partidos constituyen el peor de los engaños.
El asunto es tan grave que aun aquellos que han querido jugar con una pose ética no logran sobreponerse al fenómeno, como por el ejemplo, el presidente Luis Abinader.
El empeño reeleccionista de Abinader ha atraído hacia sus pretensiones a toda la basura que está constituida por los pequeños partidos que no son más que negocios vulgares de la política vernácula.
No se puede entender dónde metió los escrúpulos el presidente cuando fue juramentado por un partido como el Cívico Renovador, el cual ha exhibido una conducta que avergüenza aun a aquellos que muy poco les importa este tipo de comportamiento.
Pero esta conducta no sonroja a mucha gente, sino todo lo contrario, porque parece ser parte de la forma de los ciudadanos ver la actividad política, la cual se concibe al margen de la ética y la moral.
Tanto es así, que en la búsqueda de la reelección Abinader recurre a las peores crápulas del escenario electoral con el propósito de vender una percepción que no tiene nada ver con la realidad.
Los actos en los que es proclamado el presidente Abinader son el resultado de una falsa que montan estos partidos para justificar el negocio que hacen con la política.
En realidad no suman a nadie, sólo a los que reciben alguna prebenda que lo único que hace es contaminar más el pantano de la actividad política nacional.
No se trata de algo sencillo y manejable, sino de un asunto que distorsiona los que deben ser los propósitos de los que persiguen controlar el Estado.
Las esperanzas son nulas, ya que prácticamente a todos los partidos muy poco les importa la conducta sana, ética, moral y transparente que se supone debe prevalecer en los órganos del Estado, lo cual, de alguna manera, es reforzado por la tolerancia ciudadana que nadie puede negar que se ha sumado al fatal y desgraciado clientelismo.