Como una expresión poética habría que asumir y repetir lo que decía Gardel de que veinte años no son nada, lo cual suena agradable, sobre todo ante los que no quieren llegar a la tercera edad.
Pero cuando reflexivamente se calcula el peso del transcurrir de 20 años, nos damos cuenta de que es un tiempo considerable en el transcurrir de la existencia humana y de cualquier otra vida.
La persona humana nace, crece, se reproduce y muere, pero vista desde la adolescencia podría decirse que veinte años no son nada, porque cuando ese tiempo ha transcurrido el que tenía 18 apenas está en los 38.
Sin embargo, el transcurrir de los 20 años no es lo mismo que cuando la persona alcanza los 40, ya que al terminar ese período de tiempo se está en los 60 y peor si el impactado por el discurrir de los años está en la última etapa de su vida que son los 80.
Tal vez la mejor expresión sea aprovechar el tiempo para que se vean los frutos o resultados del esfuerzo porque la vida se va inexorablemente.
Esta reflexión viene al caso en razón de que la gran emigración dominicana hacia los Estados Unidos se produjo hace ya más de cuatro décadas y todavía no se han visto los frutos esperados debido a la transportación de una serie de antivalores que obstaculizan su desarrollo, pese a que ha sido la mejor exportación que ha hecho el país.
Podría decirse que la emigración de dominicanos hacia los Estados Unidos tiene más de medio siglo y aún no se ve claro qué tanto podemos ayudar para mejorar institucionalmente el país a partir de las experiencias acumuladas y asimiladas en una nación altamente desarrollada.
Ha llegado el momento de que esos paradigmas sirvan de algo a un país cuya principal amenaza de disolución tiene que ver con su deficiencia institucional.
Sin lugar a dudas, que han habido logros importantes en el exterior, los cuales pueden fortalecer la democracia siempre y cuando en su aprovechamiento reine el principio de razonabilidad.
Ya lo hemos dicho que hay factores que ayudan mucho a establecer un puente de doble vía que fortalezcan los vínculos entre el dominicano de aquí y el de allá, pero hay que estar plenamente seguros que si no se crean políticas de planificación estratégica que impacten positivamente al que se fue y al que aún perdura aquí, probablemente todo esté perdido.