El escenario donde se proyecta una gran batalla política entre las izquierdas y las derechas, es un país localizado en el continente europeo, Francia, donde a días de las elecciones para escoger un nuevo presidente hay un empate técnico entre la ultraderecha, el centro y la izquierda.
Francia, nación con deficits fiscales que datan de unas cuatro décadas, plantea en el terreno electoral, problemas muy similares a los que afrontan la mayor parte de los países del llamado tercer mundo.
Peso de la deuda externa, corrupción e irresponsabilidad pública son sólo algunos de los problemas que se debaten en el actual proceso electoral en una nación del primer mundo como Francia, pero que los partidos que la han gobernado no han marcado la diferencia con países con economías débiles y con niveles de institucionalidad preocupantes.
En Francia sólo falta medir la eficiencia que plantea un candidato de izquierda que nunca ha gobernado y que preconiza un programa que está muy cerca de los ejecutados en las naciones de Suramérica, donde hace algo más de una década triunfaron gobiernos anti-neoliberales, de los cuales aún sobreviven el de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador y que tal vez podría mencionarse a Uruguay.
El posible triunfo de la izquierda en Francia está fundamentado en el repunte del candidato de esta corriente en momento en que la derecha se reposiciona en el mundo, desde antes del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, pero la realidad se verá en la primera vuelta en las elecciones de este veintitrés de abril cuando se produce un empate técnico entre los candidatos de la extrema derecha, el centro y el que preconiza el anti-neoliberalismo.
Lo cierto es que la razón o la verdad no está determinada por lo que se diga o no se diga durante el proceso electoral, sino a través de unas políticas públicas que logre la satisfacción con enunciados con los que coinciden tanto los de la izquierda como los de la derecha.
Nos referimos al bien común, la igualdad de oportunidades y la convivencia nacional, los cuales sólo serán posibles con una administración pública apartada de los privilegios para unos pocos, erradicación de la corrupción y, sino eliminación, por lo menos reducción de la deuda externa.
Son tres puntos vitales de los que esa Francia del primer mundo no está distante y en tal virtud sus nuevas autoridades tendrán que hacer grandes esfuerzos para concebir un presupuesto que permita trabajar e invertir en la gente al margen de los vicios que hoy ponen en entredicho la credibilidad de la mal llamada democracia representativa.