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Editorial

Entre las palabras y los hechos hay un gran trecho

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El discurso de toma de posesión del presidente Danilo Medina fue durante la primera media hora  muy pobre, carente de seguridad y con una aparente decepción de los invitados especiales, cuya mayoría provenía de las instancias peledeístas.

Sin embargo, en la segunda media hora Danilo logró retomar su discurso de campaña, lo que salvó de terminar de una manera muy deslucida, por no decir aficionada y sin la sustancia que demanda una intervención en el Congreso Nacional y frente a invitados con la categoría de jefes de Estados y de gobiernos de América, Asia, Europa, África y todo el mundo.

No obstante, ese no fue el  aspecto más importante de la juramentación de Danilo Medina , sino el hecho de que su discurso tuvo un tinte  ético y moralista, pero en los hechos se desmintió a si mismo con las designaciones de los  ministros que conforman su gabinete.

Esto así, porque siendo presidente electo habló en más de una ocasión de que todo el que fuera señalado por el rumor publico no cabria en su gobierno.

Entonces, como explicar la ratificación como secretario de Interior y Policía y de Turismo, respectivamente, de José Ramón Fadul y Francisco Javier García, así como de otros designados como Félix Jiménez por el presidente Medina en posiciones importantes del gobierno recién instalado.

A partir de la publicación de esos decretos se murió la propuesta moralista del nuevo jefe de Estado, sumergiendo en la incertidumbre a la sociedad dominicana, donde ya se tiene acostumbrada a la gente a decir una cosa y hacer otra.

En nuestra opinión las palabras y los pregonados esfuerzos del nuevo presidente para adecentar la vida pública nacional se han quedado  exactamente en eso, palabras y nada más.

Las primeras designaciones de Medina lo retratan de cuerpo entero, porque   personas sin credibilidad no pueden promover ética  y  mucho menos proclamar decencia en razón de que son responsables de los hechos de corrupción más reprochables y que abochornan a  la gran mayoría de los dominicanos.

Y que no  se pidan pruebas en contra  de los señalados por el rumor público.

Si Danilo Medina quiere pruebas en contra de los responsables de la corrupción, él sabe como conseguirlas.

Empero, démosle todavía al presidente Medina la oportunidad de rectificar y de acogerse durante su mandato a los postulados boschistas como lo proclamó en más de una ocasión.

El y sólo él puede trazar el camino que quiere recorrer.

El pueblo dominicano tendrá la última palabra.

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Editorial

La degradación de la política en los Estados Unidos.

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Desde hace mucho tiempo que se escucha decir que los Estados Unidos han iniciado en el campo político un tránsito indetenible hacia el tercer mundo.

Ese convencimiento en muchos lugares del mundo no luce que sea solamente por la carestía del costo de vida y la predominación de empleos de mala calidad, sino, principalmente, por el aparecimiento de una figura que no respeta nada ni a nadie.

Donald Trump ha demostrado la fragilidad del sistema norteamericano con violaciones de la ley civil y penal que lo iguala a lo que ocurre allí con los llamados países del tercer mundo.

Donald Trump ha dejado claro que tiene más poder y fuerza que los instrumentos que tiene el Estado para combatir el crimen y el delito.

Sin embargo, se observa que este personaje parece haber entrado en decadencia con la entrada en escena como candidato presidencial de Kamala Harris.

Aunque, naturalmente, nadie todavía puede cantar victoria, porque Trump se mueve entre altas y bajas, pese a que políticamente se ha beneficiado más de la primera que de la segunda.

Ello así, aunque su discurso es discriminatorio, promotor de violencia y de una serie de irreverencia, pero la mas o  mayor perjudicada es la sociedad norteamericana.

Su agresividad ha sido tan radical que aparte de atacar instituciones sagradas de la vida de los Estados Unidos, ha intentado acabar o eliminar organismos de seguridad como el Buró Federal de Investigaciones (FBI), al cual ha atacado sin piedad.

Ahora se podría decir que la principal amenaza a la permanencia de Trump en la vida pública de los Estados Unidos de América sea su edad, porque de otra manera no habría forma de apartarlo de la política de esa nación.

Las elecciones de noviembre podrían ser el último eslabón de un Donald Trump que no para de ofender y de alguna manera burlarse de la sociedad que dice defender.

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Editorial

Antivalores impuestos por el Estado arropan sociedad dominicana.

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 Los perfiles de la sociedad dominicana indican desde hace muchos años que somos una nación profundamente patológica.

El estudio que sirve de base para esta afirmación y que se publica en la sección De Portada de este periódico, deja claro que la República Dominicana presenta un cuadro que requiere de un tratamiento especial.

Lo malo de esto que lo que se refleja en la investigación en referencia confirma la tesis de que el dominicano ha sido arropado por una serie de antivalores, cuyo principal promotor es el Estado.

La cuestión es que nadie confía en nadie, todo el mundo duda de los demás, es un asunto que impacta de una forma muy severa el desarrollo social, lo cual también daña lo económico.

Pero lo preocupante no es sólo conocer y analizar esa realidad, sino pensar en cómo darle solución a un problema que ha minado los cimientes ético-morales de los dominicanos.

Lo más lamentable de esta realidad es que nadie toma el asunto en serio y cuando alguien expresa su preocupación sobre lo que ocurre es considerado como un desfasado y desadaptado social.

De manera, que se trata de un problema de fondo que no se soluciona con acciones simples y sin consistencia.

La pregunta es cómo enfrentar esa cultura de “dejar hacer y dejar pasar”, cuya sociedad sobrepone lo económico por encima de cualquier valor familiar, moral o social.

Esta encuesta retrata de cuerpo entero una sociedad profundamente enferma y con tendencia a empeorar hasta poner en peligro su propia existencia.

De cada uno de los dominicanos depende que esa realidad cambie, pero para ser realista mientras el Estado no se maneje con un criterio diferente, es decir, promover valores, más que anti valores, muy difícilmente el cuadro se pueda revertir.

 Tenga toda la seguridad de que así es, hermano conciudadano.

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Editorial

Las fortunas, aunque mal habidas, es una garantía de vigencia en el escenario político nacional.

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Cada día se confirma que el discurso de los políticos es sólo un instrumento para mentir y vender una percepción que no tiene nada que ver con la realidad.

Esa forma de ver la vida parece que será la principal causa para que la República Dominicana colapse totalmente.

Tanto es así que el presidente Luis Abinader y el PRM se han encargado de dejar claro que la falta de transparencia y de ética sólo tienen sentido si el personaje involucrada no está con su causa.

Esta conducta de Abinader y el PRM se confirma con la designación de Julio Cesar Valentín en la Superintendencia de Seguros, ya que cuando fue imputado de corrupción en el caso Odebrecht fue causa de satisfacción por parte de los oficialistas, pero hoy celebran y bailan juntos.

Pero esta realidad no se da porque se trata de Valentín, sino de cualquier otro peledeísta imputado de corrupción que se pase al gobierno, porque al ser todos iguales su maldad está determinada por el litoral en que se encuentre el personaje involucrado.

De manera, que unos y otros son pájaros del mismo nido, aunque se proyecten con nombres y colores diferentes.

La gran desgracia de la República Dominicana tiene que ver con la cultura depredadora de su gente, lo cual probablemente es peor que la falta de institucionalidad, de la pobre fiscalización y de los bajos niveles de regulación que impactan al Estado.

Es una carrera en contra del tiempo que parece ser silenciosa, pero que en realidad no lo es, porque el comportamiento de la clase política deja claro que su nivel de interpretación y planteamiento de soluciones no llega más allá de su prioridad que es enriquecerse al precio que sea.

Por eso la preocupación de los que conforman los partidos de turnarse en la repartición del patrimonio nacional, no otra cosa, no deja margen para creer que haya mecanismos eficientes para combatir ese mal.

Es un problema de grandes magnitudes, porque no hay quien pueda dar el primer paso para combatir el principal instrumento de la corrupción y el atraso como son los partidos políticos, los cuales con su irracionalidad y falta de delicadeza, no dejan ninguna vía y mucho menos se ve alguna vocación para erradicar ese mal comportamiento.

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