Negar la enorme influencia del papa e incluso a nivel de todas las corrientes religiosas, es estar fuera de la realidad, máxime cuando el máximo representante de la Iglesia Católica proyecta un nivel importante de sensibilidad social.
Cuando surge un papado marcado por el amor hacia los más débiles, que no se quede sólo en un discurso, sino en una práctica que deje huellas profundas en los pueblos, podría significar la llegada de una nueva era en este entorno.
Este interés no puede concretarse en hechos reales si no se hace a partir de las particularidades de cada nación, lo cual puede ser lograble sólo a través del papa.
Este propósito no es alcanzable ni siquiera mediante la buena voluntad de las iglesias locales, pese a que para lograrlo deben estar seriamente involucradas, pero dirigidas por el papa, el cual actualmente es un hombre que por su trayectoria, sensibilidad, vínculos y condiciones puede generar una gran transformación internacional, pero a partir de realidades muy particulares y concretas.
Es producir un cambio en el mundo a partir de lo pequeño a lo grande, de abajo hacia arriba, para entonces convertir ese logro en un asunto de alcance mundial.
En realidad, se trata de una visión de ir de lo particular a lo general, con metas concretas y específicas en las que intervengan los Estados, los ciudadanos y los medios de comunicación social para propagar la tarea a desarrollar con rapidez y largo alcance.
El mundo de hoy necesita de un líder de esa dimensión y a juicio de este diario esa condición sólo la reúne en estos momentos con el papa León X1V.
Las sociedades, sobre todo las que carecen de Estados fuertes, con alto nivel de institucionalidad, se sumergen cada día en una corrupción más profunda con tendencia a contaminarlo todo, absolutamente todo.
Lo preocupante del problema es el nivel de tolerancia de la gente con el proceso de descomposición que proyecta lo que está mal como lo normal, lo podrido como sano.
El Papa es el que tiene en sus manos la posibilidad de iniciar ese proceso de cambios que no puede quedarse sólo en el discurso, en las palabras, sino en una consistente gestión de llevar esperanza y sanidad a todos y cada uno de los pueblos del mundo.
El momento es oportuno con la elección de un nuevo Papa que entiende este tema y que podría convertirse en el principal agente de cambios positivos en sociedades altamente contaminadas.
Manos a la obra.