La democracia dominicana está llena de deudas sociales, de déficits institucionales y de una gama de problemas que hay que estar muy bien confesao para que en país no se haya producido una poblada de grandes proporciones.
En realidad, la democracia dominicana es tan desigual, principalmente en perjuicio de la llamada clase media y del dominicano de a pie, que no se entiende la falta de prudencia de los sectores gobernantes.
En la República Dominicana se hace muy poco para que la gente pueda disfrutar de los derechos constitucionales y a la mayoría sólo se le reconoce deberes, pero no derechos.
Los que se dedican en cuerpo en alga a promover el arte y la cultura, amén de que deben poner todo su esfuerzo, sin ningún aporte del Estado, para estimular actividades sanas, pero que además son derechos constitucionales y humanos.
La propia Constitución vigente del país habla en artículo 64 de la importancia de las artes y la cultura y como estos son componentes importantes del derecho al entretenimiento y a la diversión e incluso la formación de la gente.
Es impresionante como los artistas se entregan en cuerpo y alma a la promoción de la sensibilidad humana de los dominicanos sin prácticamente nada a cambio.
Se trata de una inclinación que se enmarca en la vocación que llevan los seres humanos por servir y por dar lo que generalmente no tienen.
Por esta razón no se entiende por qué se quiere perturbar al que sólo tiene deseo de hacer lo que le gusta sin dañar a nadie.
Por estas y muchas razones no se entiende de aquellos que arremetieron en contra de los adoquines que bordean las entradas de la calle peatonal Benito Monción, un espacio donde se respira un aire diferente, que fortifica el alma.
Es algo bochornoso y vergonzante en cualquier sociedad con un mínimo de civilización, pero al menos el ayuntamiento de Santiago ha dado una respuesta contundente a los que se creen con autoridad hasta para golpear las mejores de las intenciones.
Hay que repudiar que los dominicanos rufianes e indelicados se impongan en una sociedad, que, sin lugar a dudas, se deshumaniza y se degrada a una velocidad espantosa.
Pa lante hasta que el cuerpo aguante.